viernes, 24 de septiembre de 2010

SEXO

¿Quieres... acostarte conmigo?
 Mucha gente cree que tomar la iniciativa y acercarse a hablar con alguien que les atrae les deja en evidencia. La idea del rechazo nos afecta demasiado, cuando, en realidad, lo que opine un desconocido nos debería dar absolutamente igual. ¿No hacemos las cosas más complicadas de lo que realmente son?

“Te he visto por aquí. Y siento que me encantas. ¿Quieres... acostarte conmigo?”. Imagino que el que más y el que menos recordará aquellas palabras que conformaban el estribillo de ese recurrente éxito de los 90 de Touch & Go. La canción, aparentemente tonta, no deja lugar para dudas: un puñado de palabras (una letraza, ya que aparte de la mencionada frase, no dice nada en absoluto) y música para comunicar el deseo más antiguo de todos los tiempos. No hay más. Y, ciertamente, no hay que hacer nada más para ligar salvo hablar.

El otro día lo hablaba con una buena amiga: el mejor secreto para ligar como un descosido y llevarte a todos los tipos de calle no es otro que echarle mucha cara al asunto. Y esto no quiere decir que debamos despojarnos de nuestra ropa interior y agitarla por encima de las cabezas de los tíos como si estuviéramos montando en un toro mecánico, no (aunque nunca se sabe si funcionará, no se subestimen). Esto quiere decir que, sin duda, la mejor fórmula para ligar es tomar la iniciativa: entrarle sin más, tirarle los tejos al afortunado (es un decir) objeto de deseo. Seguir la filosofía de “si quieres algo, ve a por ello”.

Yo conozco a mucha gente que se niega tajantemente a tomar la iniciativa a la hora de ligar. Admitamos que es muy cómodo eso de quedarte parado en una esquina de un bar, cubata en mano, mirando la mancha de humedad del techo mientras Lady Gaga suena atronadoramente a través de los altavoces del local (Alejandro, Alejandro, Roberto, Roberto, Segismundo, Segismundo... anda que también se ha quebrado la cabeza con la letra de la canción, la jodía). Así no se corren riesgos: quien se quiera arrimar, que se arrime, y si me mola me lo quedo y si no lo rechazo en plan diva, como si esto fuera un casting de Paris Hilton para elegir a un nuevo mejor amigo. Se trata de la filosofía “prefiero rechazar antes que ser rechazado” o “que se tiren a la piscina los demás, que yo me voy poniendo los manguitos”.

Hay muchos que piensan que se están rebajando por el hecho de entrarle a un desconocido con la sana intención de establecer contacto (primero comunicativo. Poco a poco, a ver si se van a creer ustedes que todo el monte es orégano. No le vayan a poner al desconocido la mano en el culo en cuanto digan “hola”, porque puede darse la situación de que unos enfermeros del SAMUR tengan que ir a buscarles poco más tarde y recomponer sus hermosos rostros). Muchas personas consideran humillante eso de acercarse a alguien en plan chachi guay a hablar de buen rollo y comprobar si suena la flauta. Se nos ha enseñado que no debemos ponernos en evidencia mostrando el interés que sentimos hacia otra persona. Pero mostrar interés, decirle a alguien que nos atrae o que nos mola no debería ser algo malo, ni debería darnos vergüenza. Todo lo contrario: es algo maravillosísimo. Ustedes se quedan tan a gusto (y lo mismo hasta les sale bien) y la otra persona debe sentirse la mar de halagada quiera tema o no (porque no todos los días nos doran la píldora, esa es la cruda verdad, y a nadie le amarga un dulce. A menos que sean ustedes ultraestupendos y maravillosísimos, en cuyo caso pueden escribirme para que estudie sus casos detenidamente. De manera científica, claro está, no porque yo quiera arrimarles la cebolleta ni nada).

Las mujeres heterosexuales pueden escudarse aun a día de hoy en el rollo caballero andante, entendiendo esto como que, acogiéndose a una cómoda tradicionalidad que viene muy bien para determinados casos pero que no se creen ni hartas de vino, es responsabilidad del macho alfa o varón masculino heterochachi agitar su porra, acercarse a ellas para cortejarlas y luego arrastrarlas del pelo hasta su cueva. Pero, queridas lectores, mirémonos a nosotros mismas y aceptemos que en nuestro caso no tenemos excusa alguna. Y no me vengan con el rollo de que el más masculino de los dos mariquitudos o de las dos bolliguays debería ser el/la que tomara la iniciativa. No. Basta. Nunca mais.

Lo que nos persigue es el sempiterno miedo al rechazo. Se nos olvida que, en el fondo, todos estamos esperando a que alguien venga a hablarnos. Esperamos que alguien nos entre y nos diga cuatro chorradas. En realidad, da igual que ese alguien sea más o menos guapo: lo importante es que nos haga caso y tenga algo de chispa. De hecho, una de las grandes frases para romper el hielo recogidas en ese libro estupendo titulado Amar en tiempos de estómagos revueltos (toma promo, con el permiso de los mandamases de Universo Gay) es “no soy el chico más guapo del bar, pero soy el único que ha venido a hablarte”. Y es verdad. Muy mal te lo tienes que montar para que la persona a la que le entras una noche en un garito te rechace.

Pero es que si te rechaza no pasa absolutamente nada. Si lo hacen educadamente, estupendo y si se ponen tontos basta con pedirnos otra copa para celebrar que, afortunadamente, nosotros no nos hemos dejado el cerebro en casa. Por el hecho de que alguien te haya dicho que no le gustas o que no le apetece hablar contigo no se acaba el mundo. La vida sigue. Hay un montón de gente alrededor. El rechazo tampoco es tan malo una vez que se prueba un par de veces. De verdad, se los digo yo. Cada cual tiene su público. Y si el primer Alejandro les ha dicho que esta noche no hay carricoche, siempre les queda el segundo, los dos Robertos y los dos Segismundos. Que se nos ha enseñado que debemos conseguir la aprobación de toda la humanidad y evitar el rechazo a toda costa como un mal mayor que puede destrozarnos; y el león no es tan fiero como lo pintan.

No podemos gustarle a todo el mundo. Ni falta que nos hace.

Lo que sí podemos es tomarnos las cosas con filosofía y hablar con quien nos dé la gana. ¿O vas a permitir que lo que pueda opinar un simple desconocido sea más fuerte que tu propia voluntad?

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