martes, 17 de julio de 2012

ELLAS SALEN DEL ARMARIO; ELLOS, MENOS.

Un estudio efectuado en EE.UU. en 1998 arrojaba un resultado sorprendente: de los 3.850 jugadores de las cuatro grandes ligas profesionales masculinas del país (fútbol americano, béisbol, basket y hockey hielo), ni uno solo era gay. Es más: tampoco se hallaba ningún homosexual confeso entre propietarios o técnicos de las franquicias. ¿Acaso el deporte profesional vive una realidad distinta a la del resto del mundo? La conclusión es obvia: no. Haberlos, los hay, pero se esconden por temor a las consecuencias, al rechazo de compañeros, estructuras empresariales, patrocinadores y público. Es la ley del silencio.
El citado estudio arrojaría resultados similares hoy, 13 años después y extendido, por ejemplo, al deporte profesional de equipo en Europa, fútbol incluido. Salir del armario sigue siendo un acto de consecuencias impredecibles.
La historia del deporte está llena de estigmas y matices relacionados con la homosexualidad. Aunque hay casos en todas las disciplinas (rugby, halterofilia, fútbol, remo, hockey hielo, etc.) existen prácticas deportivas, distintas en hombres y mujeres, donde el índice de gays y lesbianas es tradicionalmente más elevado. En chicos destacan los saltos de trampolín o el patinaje artístico; en este último caso, una estimación reciente consideraba que entre el 25 y el 50% de los profesionales son homosexuales. En féminas sobresalen el tenis y el golf, pero también modalidades de equipo como el balonmano o el basket.
Han sido las mujeres quienes han mostrado mayor coraje a la hora de decirlo, quienes más alto y más claro han hablado. Y quizá contribuye a ello el hecho de que una de las primeras en admitirlo fuera una figura capital como la tenista Martina Navratilova. Pese a que pagó la factura con ciertas dosis de rechazo –algunos sponsors se retiraron– se mantuvo firme y con la cabeza alta y su ejemplo cundió. Luego se le unió gente de talla como Billie Jean King, Jana Novotna o Amèlie Mauresmo en su mismo deporte, o las golfistas Rosie Jones y Karrie Webb. Aun hoy continúa siendo más habitual salir del armario en deportes individuales que en los de conjunto, donde las dinámicas de convivencia son mucho más complejas. Pese a ello, hay ejemplos de renombre como la jugadora de la WNBA Sheryl Swoopes.
Entre los hombres dar el paso cuesta más. Primero, porque el deporte masculino genera un mayor volumen en todos los ámbitos, tanto en negocio como en eco mediático o número de aficionados, y las consecuencias pueden ser más severas. Y segundo porque la testosterona es más primaria y sus reacciones homofóbicas, más virulentas. Los vestuarios son un bunker protegido del exterior y lo que allí se sabe se mantiene en secreto.
La lista de deportistas abiertamente gays es muy corta, y en muchos casos los nombres se han añadido a ella una vez retirados. Es el caso de uno de los pioneros, Dave Kopey, runningback de la NFL que se postuló en 1975, una vez terminados sus diez años de carrera profesional, o del decatleta olímpico estadounidense Tom Waddell, fundador de los Gay Games, cuya primera edición se celebró en 1982.
El tiempo ha puesto al descubierto que algunas leyendas, como el tenista Bill Tilden, primer hombre que completó el Grand Slam en los años 20, tenían tendencias homosexuales, pero era un secreto cuando él vivía. Tampoco ha ayudado a convencer a los indecisos que algunos casos tuvieran mal desenlace. El estadounidense Greg Louganis, cuatro veces campeón olímpico de salto de trampolín y uno de los pocos atletas que asumía su homosexualidad a pecho descubierto, contrajo el VIH, y el futbolista inglés Justin Fashanu acabó suicidándose poco después de confesar públicamente que era gay.
El Mundo Deportivo

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