Casi siempre hay alguien con complejo de Celestina que te quiere presentar a un amigo perfecto para que hagáis migas y surja un amor tórrido y apasionado. Casi siempre accedes a conocerle. Y casi siempre sale mal...
Una de las maneras más habituales de ligar en los tiempos que corren es la de tirar de amigos de amigos. Resulta que los habitantes de la era moderna, angelicos, recurrimos con cierta frecuencia a una estrategia que podríamos resumir fácilmente mediante aquella canción tan famosa (y antigua, que ya tenemos una edad aunque nos encante parecer adolescentes) de Objetivo Birmania, que rezaba: uff, vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos. Un jitazo de su momento que describía fielmente la realidad (desde luego mucho más fielmente que La Razón, ese gran diario de corte taco de progresista).
Porque la verdad es que la costumbre de presentar a personas y hacer las veces de Celestina está de lo más extendida. Esto ocurre, efectivamente, en la cultura heterosexual con cierta frecuencia; no es nada extraño. Pero en la cultura gay, eso de que te quieran presentar a alguien es el pan nuestro de cada día. La gente demuestra un afán verdaderamente descorazonador por emparejar a las lesbianas y a los gayers. Yo creo que tiene que ver con las modas, las tendencias y el Vogue. Resumiendo: desde que se puso de moda eso de tener un amigo marica para parecer cool y estar a la última, todo el mundo se ha hecho con uno. Ojo, que digo uno. Amigos heterosexuales los tendrán a puñaos, pero maricones, lo que se dice maricones, con uno solo basta (más no, claro. Con uno se cubre el cupo de lo políticamente correcto. Un negro, un chino, un pelirrojo, un amigo marica y ya tenemos hecho el anuncio de Benetton o disco nuevo de las Sugababes). Total, que como todo el mundo tiene un amigo marica y la gente es muy considerada y vela constantemente por la vida sexual de sus amigos y conocidos, se ha convertido en una práctica muy habitual eso de encontrarse en una reunión social (en un parque, en un cine, en un bar, en una biblioteca, en la sección de congelados del Supersol) y que alguien, que suele ser una mujer con un alto grado de mariliendrenismo en sangre, te diga:
—Pues tengo un amigo lo mar de mono, estupendo, divertido y maravilloso para ti.
Y es que, en este caso al menos, quien tiene un amigo soltero que presentar tiene un tesoro. Es fascinante cómo la persona Celestina se preocupa por vender admirablemente bien a su amigo. Siempre son guapísimos, majísimos, maravillosísimos, amiguísimos de sus amigos, sensibilísimos y, por hache o por be, están asqueadísimos del rollo que hay entre los maricas, de lo de ligar en bares de ambiente, de encontrarse con memos y de lo dura que es la vida para un homosexual estándar. Todos lo están pasando francamente mal y son hipercríticos con los maricones, con su promiscuidad, con su afán por follar a todas horas y con el poco valor que les dan a las relaciones de pareja. Eso, por supuesto es lo que les cuentan a sus amigas mariliendres, porque la verdad es que luego son los primeros en ser partícipes de todo eso que critican.
—Harían muy buena pareja: tenes muchas cosas en común.
Lo que intenta decirte tu amiga mediante señales de humo es que su amigo es un gayer de provecho con el que, presumiblemente, podrías tener una cita normal, una relación sexual normal (algo que no es ni tan común ni tan fácil de encontrar como se piensa) y hasta un noviazgo normal. El no va más, oiga. La cosa es que accedes, que te convencen, coñe, y dices que sí, que bueno, que venga, que vale, que en esta vida no hay que cerrarse a nada y que hay que probarlo todo. Si el amor llama a tu puerta, ábrela, no te lo pienses más. En el fondo es que somos un poco memos y pensamos que conocer a alguien a través de una tercera persona, en plan presentación formal, puede ser mucho más normal y efectivo que conocer tíos en un bar de ambiente o a través de las páginas de perfiles de Internet. Como si no se tratara de los mismos maricones, que estamos hasta en la sopa. Piensas que el desconocido puede ser, por fin, ese alguien que estaba esperando esa parte de ti con cara de lela quinceañera romántica y que ha llegado el momento de que el destino os una por fin.
Las primeras veces que te van a presentar a alguien te emocionas un poco. El ser humano, ese ingenuo por naturaleza (animalico) que necesita escarmentar de la forma más dolorosa para aprender y ser como Chenoa (cuando tú vas, yo vengo de allí) y vérselas venir, se deja llevar y hasta empieza a fantasear en su cabeza con ceremonias de boda, demostraciones de amor a lo peli de Meg Ryan y polvos fantásticos con fuegos artificiales ojeteros. Claro, es normal, tu amiga te lo ha pintado tan bien que poco más o menos parece que vas a conocer al superhombre y que tus continuas lamentaciones de marica desgraciada y poco suertuda van a llegar a su fin.
Y entonces sucede lo inevitable: hay una cita a ciegas o tu amiga se trae a la próxima reunión al superhombres de marras. Los expertos en la materia (o sea, yo, y mi gato a veces, cuando se queda cerca de mí para escuchar mis paridas) aseguran que en un 99'9 por ciento de las ocasiones las características del tipo que vas a tener ante ti no se van a corresponder en absoluto con lo que tu amiga te ha contado. Y a medida que lo conozcas te darás cuenta de que no es tan fantástico, ni tan maravilloso, ni tan genial como aseguraban tus fuentes. Si es que no puedes fiarte, que los mariquitusos somos la mar de majos con nuestras amigas mariliendres, pero es tener un hombre a menos de dos metros y nos volvemos de un gilipollas subidito que no se nos aguanta.
Así que, sin más remedio, descubres que el tipo no te atrae en absoluto y que cuando tu amiga te dijo aquello de “tenéis muchas cosas en común”, se refería, básicamente, a que a los dos os gustan los rabos más que a Massiel un chupito de pacharán. O sea, que la gente asume que dos gays, por el mero hecho de ser gays, tienen que gustarse y arrancarse la ropa a mordiscos, que es tanto como decir que podríamos follar con cualquiera que se dejara. Y es que, reconozcámoslo, tu amiga no tiene mucho futuro que digamos como directora de agencia matrimonial.
Es justo decir que, aun a pesar de todo, en contadas ocasiones te acuestas con el susodicho y pasas un buen rato; y otras veces te echas unas risas y haces un amigo. Un amigo que en cualquier momento te dirá aquello de:
—Pues tengo un amigo lo mar de mono, estupendo, divertido y maravilloso para ti. Tenéis muchas cosas en común. Haríais muy buena pareja.
Para que luego digan. Qué duro es ser soltero. Y qué duro es tener amigos...
Una de las maneras más habituales de ligar en los tiempos que corren es la de tirar de amigos de amigos. Resulta que los habitantes de la era moderna, angelicos, recurrimos con cierta frecuencia a una estrategia que podríamos resumir fácilmente mediante aquella canción tan famosa (y antigua, que ya tenemos una edad aunque nos encante parecer adolescentes) de Objetivo Birmania, que rezaba: uff, vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos. Un jitazo de su momento que describía fielmente la realidad (desde luego mucho más fielmente que La Razón, ese gran diario de corte taco de progresista).
Porque la verdad es que la costumbre de presentar a personas y hacer las veces de Celestina está de lo más extendida. Esto ocurre, efectivamente, en la cultura heterosexual con cierta frecuencia; no es nada extraño. Pero en la cultura gay, eso de que te quieran presentar a alguien es el pan nuestro de cada día. La gente demuestra un afán verdaderamente descorazonador por emparejar a las lesbianas y a los gayers. Yo creo que tiene que ver con las modas, las tendencias y el Vogue. Resumiendo: desde que se puso de moda eso de tener un amigo marica para parecer cool y estar a la última, todo el mundo se ha hecho con uno. Ojo, que digo uno. Amigos heterosexuales los tendrán a puñaos, pero maricones, lo que se dice maricones, con uno solo basta (más no, claro. Con uno se cubre el cupo de lo políticamente correcto. Un negro, un chino, un pelirrojo, un amigo marica y ya tenemos hecho el anuncio de Benetton o disco nuevo de las Sugababes). Total, que como todo el mundo tiene un amigo marica y la gente es muy considerada y vela constantemente por la vida sexual de sus amigos y conocidos, se ha convertido en una práctica muy habitual eso de encontrarse en una reunión social (en un parque, en un cine, en un bar, en una biblioteca, en la sección de congelados del Supersol) y que alguien, que suele ser una mujer con un alto grado de mariliendrenismo en sangre, te diga:
—Pues tengo un amigo lo mar de mono, estupendo, divertido y maravilloso para ti.
Y es que, en este caso al menos, quien tiene un amigo soltero que presentar tiene un tesoro. Es fascinante cómo la persona Celestina se preocupa por vender admirablemente bien a su amigo. Siempre son guapísimos, majísimos, maravillosísimos, amiguísimos de sus amigos, sensibilísimos y, por hache o por be, están asqueadísimos del rollo que hay entre los maricas, de lo de ligar en bares de ambiente, de encontrarse con memos y de lo dura que es la vida para un homosexual estándar. Todos lo están pasando francamente mal y son hipercríticos con los maricones, con su promiscuidad, con su afán por follar a todas horas y con el poco valor que les dan a las relaciones de pareja. Eso, por supuesto es lo que les cuentan a sus amigas mariliendres, porque la verdad es que luego son los primeros en ser partícipes de todo eso que critican.
—Harían muy buena pareja: tenes muchas cosas en común.
Lo que intenta decirte tu amiga mediante señales de humo es que su amigo es un gayer de provecho con el que, presumiblemente, podrías tener una cita normal, una relación sexual normal (algo que no es ni tan común ni tan fácil de encontrar como se piensa) y hasta un noviazgo normal. El no va más, oiga. La cosa es que accedes, que te convencen, coñe, y dices que sí, que bueno, que venga, que vale, que en esta vida no hay que cerrarse a nada y que hay que probarlo todo. Si el amor llama a tu puerta, ábrela, no te lo pienses más. En el fondo es que somos un poco memos y pensamos que conocer a alguien a través de una tercera persona, en plan presentación formal, puede ser mucho más normal y efectivo que conocer tíos en un bar de ambiente o a través de las páginas de perfiles de Internet. Como si no se tratara de los mismos maricones, que estamos hasta en la sopa. Piensas que el desconocido puede ser, por fin, ese alguien que estaba esperando esa parte de ti con cara de lela quinceañera romántica y que ha llegado el momento de que el destino os una por fin.
Las primeras veces que te van a presentar a alguien te emocionas un poco. El ser humano, ese ingenuo por naturaleza (animalico) que necesita escarmentar de la forma más dolorosa para aprender y ser como Chenoa (cuando tú vas, yo vengo de allí) y vérselas venir, se deja llevar y hasta empieza a fantasear en su cabeza con ceremonias de boda, demostraciones de amor a lo peli de Meg Ryan y polvos fantásticos con fuegos artificiales ojeteros. Claro, es normal, tu amiga te lo ha pintado tan bien que poco más o menos parece que vas a conocer al superhombre y que tus continuas lamentaciones de marica desgraciada y poco suertuda van a llegar a su fin.
Y entonces sucede lo inevitable: hay una cita a ciegas o tu amiga se trae a la próxima reunión al superhombres de marras. Los expertos en la materia (o sea, yo, y mi gato a veces, cuando se queda cerca de mí para escuchar mis paridas) aseguran que en un 99'9 por ciento de las ocasiones las características del tipo que vas a tener ante ti no se van a corresponder en absoluto con lo que tu amiga te ha contado. Y a medida que lo conozcas te darás cuenta de que no es tan fantástico, ni tan maravilloso, ni tan genial como aseguraban tus fuentes. Si es que no puedes fiarte, que los mariquitusos somos la mar de majos con nuestras amigas mariliendres, pero es tener un hombre a menos de dos metros y nos volvemos de un gilipollas subidito que no se nos aguanta.
Así que, sin más remedio, descubres que el tipo no te atrae en absoluto y que cuando tu amiga te dijo aquello de “tenéis muchas cosas en común”, se refería, básicamente, a que a los dos os gustan los rabos más que a Massiel un chupito de pacharán. O sea, que la gente asume que dos gays, por el mero hecho de ser gays, tienen que gustarse y arrancarse la ropa a mordiscos, que es tanto como decir que podríamos follar con cualquiera que se dejara. Y es que, reconozcámoslo, tu amiga no tiene mucho futuro que digamos como directora de agencia matrimonial.
Es justo decir que, aun a pesar de todo, en contadas ocasiones te acuestas con el susodicho y pasas un buen rato; y otras veces te echas unas risas y haces un amigo. Un amigo que en cualquier momento te dirá aquello de:
—Pues tengo un amigo lo mar de mono, estupendo, divertido y maravilloso para ti. Tenéis muchas cosas en común. Haríais muy buena pareja.
Para que luego digan. Qué duro es ser soltero. Y qué duro es tener amigos...
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