La sabiduría popular dice, con mucha razón, que nadie se muere por nadie. Pero semejante afirmación que, desde luego, trata de desempeñar el papel de abogado del diablo cuando dramatizamos en exceso por culpa del desengaño amoroso, necesita una revisión: nadie se muere por nadie; a menos que quiera, claro.
La fiebre del amor parece haber asaltado cualquier rincón de la sociedad occidental. En la actualidad, la mayor preocupación de las personas es el amor; más concretamente, sentirse amado. De hecho, dedicamos una ingente cantidad de esfuerzo a conseguir y mantener el estado de enamoramiento. Parece ser que cuando la película Love Actually decía que en realidad el amor está en todas partes, lo decía muy en serio y con toda la razón del mundo. El amor se encuentra en cualquier lugar hacia donde miremos, esté presente o no. De hecho, la ausencia de amor conmueve casi más que su presencia. Porque todo el mundo quiere amor; y, lo que es más relevante, todo el mundo necesita amor. La importancia de las relaciones se ha magnificado. Y esto, a pesar de que pueda parecerlo, no lo digo desde el resentimiento del desenamorado ni desde el cinismo. Estoy muy de acuerdo en que las reacciones que se producen en nuestro cerebro cuando nos enamoramos no tienen límite. El otro día hablaba con una amiga sobre la sensación de volar, algo que únicamente se consigue de dos maneras: drogándote o enamorándote. Y ni siquiera estoy seguro de que estas dos formas, tan diferentes en su valoración social, sean realmente muy distintas entre sí. El amor se ha magnificado de tal manera que es muy frecuente oír expresiones que lo sitúen a la altura del dios en el que muchos no creemos. No sólo se trata del refranero, sino de las canciones, las películas, las novelas, las poesías... Las manifestaciones culturales están cargadas de amor, y sobre todo de desamor: “no puedo vivir sin ti”, “te extraño, "pienso todo el día en vos”, “me siento vacío”, “el dolor que siento es infinito”... Casi se podría deducir de ellas que el amor, más que la cosa maravillosa de la que todo el mundo habla, es una verdadera tortura. En definitiva, todas vienen a decir lo mismo: vivir sin amor es lo mismo que estar muerto. Pero no se interpreta como amar a tu madre, a tu perro o a tu amigo Francisquín, no. Estos, aunque de cierta relevancia, son amores de serie B, de segunda división, que poco o nada tienen que ver con eso que algunos se atreven a denominar AMOR y que ciega a quien lo vive, le cambia la vida, le transforma por dentro, le rompe los esquemas, le crea erecciones mentales del tamaño de una pirámide egipcia. El amor de pareja es el zumo del placer, de la pasión y de los instintos vitales. Es lo más lindo que hay para sentirte realizado y en paz contigo mismo y con el mundo. O eso dicen. Y, esto no es ninguna tontería, que hay gente que se lo toma al pie de la letra, hasta el punto de obsesionarse con eso de estar enamorado y de creer que si no se enamoran es como si estuvieran tirando su vida por el inodoro. De hecho, yo conozco a muchas personas que si no tienen un novio que les caliente la cama son tremendamente desgraciados y que en cuanto se echan algo parecido a una pareja no sólo desaparecen de la faz de la Tierra y dejan de dedicar tiempo y esfuerzo a sus familias, a sus trabajos, a sus proyectos personales o a sus amigos (y además con una facilidad despampanante que yo nunca entenderé), sino que cambian muy profundamente su manera de ser y de sentir e incluso sus opiniones. Se olvidan de todo lo que anteriormente fueron, así, de un plumazo. Llega el amor y ¡pluf!; entre la niebla artificial aparece el tipo en cuestión completamente transformado y con cara de lelo. ¿Falta de personalidad? Pero lo que más me llama la atención es que ese cambio sustancial como consecuencia de haber encontrado el amor es legítimo: se acepta y se considera normal. Y cuando alguien lo contradice o lo critica, inmediatamente se le calla mediante una afirmación tajante: “ no lo entiendes porque no estás enamorado”. Que es tanto como decir “no entiendes cómo vivo mi vida porque tú vives la tuya como si estuvieras muerto”. O sea, no estás muerto, pero yo vivo a otro nivel, ya que el amor es energía y me pone las pilas de la vitalidad. Esto es estupendo. Es estupendo si vives en una comedia romántica de película y al final, surge una pantalla negra y tu vida se detiene. Porque resulta que, normalmente, la vida sigue, las cosas se terminan, las relaciones se acaban, los sentimientos desaparecen, las prioridades cambian, la gente se mememiza, las infidelidades están a la orden del día... Yo qué sé, el amor tiene estas cosas. Y entonces te rompen el corazón y te dejan hecho trizas. Y lo pasas mal porque, claro, tú ya estabas emocionado y te habías hecho toda la película. Lo impactante es que en ese instante, cuando te quedas solo, te das cuenta de que tu vida se ha ido al demonio. Y es natural si lo piensas, ya que estabas tan obsesionado con tu relación de pareja que has perdido todo lo demás de vista. El amor lo era todo. O eso era lo que tú creías, porque lo escuchaste en un bolero y te lo grabaste. O sea, que la fractura del corazón roto es directamente proporcional a lo ciegamente que te hayas creído eso de que el amor es la esencia de la vida. Y créeme, no lo es. La esencia de la vida se compone de múltiples dimensiones. El amor de pareja es, desde luego, una de ellas. Pero ni siquiera es la más importante. Y tal y como no es bueno centrarse demasiado en el trabajo ni obsesionarse en exceso con jugar a la Nintendo de tu primo, tampoco lo es pretender que tu razón de ser esté constituida por entero por el amor de otra persona. El amor no consiste en que alguien tenga que renunciar a todo lo que es, a lo que siente, a lo que tiene y a sus opiniones para estar con otro. Estos sacrificios que se suponen románticos en el imaginario colectivo y que se venden como el ideal de amor verdadero, pueden llegar a ser muy peligrosos y contraproducentes para las personas. Sobre todo para las que viven en el mundo real... Puede que te enamores y seas correspondido. Es fantástico. Pero eso no significa que tengas el resto de tu vida solucionado sin mover un dedo y que vayas a ser feliz para siempre. Del mismo modo, puede que te rompan el corazón y que te hagan mucho daño, pero, ¿sabes qué? No es el fin del mundo; a menos que te empeñes en que lo sea. A veces nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos y no nos damos cuenta de que, en realidad, el amor está sobrevalorado. Que sí, que te lo digo yo.
Carlos G. García
La fiebre del amor parece haber asaltado cualquier rincón de la sociedad occidental. En la actualidad, la mayor preocupación de las personas es el amor; más concretamente, sentirse amado. De hecho, dedicamos una ingente cantidad de esfuerzo a conseguir y mantener el estado de enamoramiento. Parece ser que cuando la película Love Actually decía que en realidad el amor está en todas partes, lo decía muy en serio y con toda la razón del mundo. El amor se encuentra en cualquier lugar hacia donde miremos, esté presente o no. De hecho, la ausencia de amor conmueve casi más que su presencia. Porque todo el mundo quiere amor; y, lo que es más relevante, todo el mundo necesita amor. La importancia de las relaciones se ha magnificado. Y esto, a pesar de que pueda parecerlo, no lo digo desde el resentimiento del desenamorado ni desde el cinismo. Estoy muy de acuerdo en que las reacciones que se producen en nuestro cerebro cuando nos enamoramos no tienen límite. El otro día hablaba con una amiga sobre la sensación de volar, algo que únicamente se consigue de dos maneras: drogándote o enamorándote. Y ni siquiera estoy seguro de que estas dos formas, tan diferentes en su valoración social, sean realmente muy distintas entre sí. El amor se ha magnificado de tal manera que es muy frecuente oír expresiones que lo sitúen a la altura del dios en el que muchos no creemos. No sólo se trata del refranero, sino de las canciones, las películas, las novelas, las poesías... Las manifestaciones culturales están cargadas de amor, y sobre todo de desamor: “no puedo vivir sin ti”, “te extraño, "pienso todo el día en vos”, “me siento vacío”, “el dolor que siento es infinito”... Casi se podría deducir de ellas que el amor, más que la cosa maravillosa de la que todo el mundo habla, es una verdadera tortura. En definitiva, todas vienen a decir lo mismo: vivir sin amor es lo mismo que estar muerto. Pero no se interpreta como amar a tu madre, a tu perro o a tu amigo Francisquín, no. Estos, aunque de cierta relevancia, son amores de serie B, de segunda división, que poco o nada tienen que ver con eso que algunos se atreven a denominar AMOR y que ciega a quien lo vive, le cambia la vida, le transforma por dentro, le rompe los esquemas, le crea erecciones mentales del tamaño de una pirámide egipcia. El amor de pareja es el zumo del placer, de la pasión y de los instintos vitales. Es lo más lindo que hay para sentirte realizado y en paz contigo mismo y con el mundo. O eso dicen. Y, esto no es ninguna tontería, que hay gente que se lo toma al pie de la letra, hasta el punto de obsesionarse con eso de estar enamorado y de creer que si no se enamoran es como si estuvieran tirando su vida por el inodoro. De hecho, yo conozco a muchas personas que si no tienen un novio que les caliente la cama son tremendamente desgraciados y que en cuanto se echan algo parecido a una pareja no sólo desaparecen de la faz de la Tierra y dejan de dedicar tiempo y esfuerzo a sus familias, a sus trabajos, a sus proyectos personales o a sus amigos (y además con una facilidad despampanante que yo nunca entenderé), sino que cambian muy profundamente su manera de ser y de sentir e incluso sus opiniones. Se olvidan de todo lo que anteriormente fueron, así, de un plumazo. Llega el amor y ¡pluf!; entre la niebla artificial aparece el tipo en cuestión completamente transformado y con cara de lelo. ¿Falta de personalidad? Pero lo que más me llama la atención es que ese cambio sustancial como consecuencia de haber encontrado el amor es legítimo: se acepta y se considera normal. Y cuando alguien lo contradice o lo critica, inmediatamente se le calla mediante una afirmación tajante: “ no lo entiendes porque no estás enamorado”. Que es tanto como decir “no entiendes cómo vivo mi vida porque tú vives la tuya como si estuvieras muerto”. O sea, no estás muerto, pero yo vivo a otro nivel, ya que el amor es energía y me pone las pilas de la vitalidad. Esto es estupendo. Es estupendo si vives en una comedia romántica de película y al final, surge una pantalla negra y tu vida se detiene. Porque resulta que, normalmente, la vida sigue, las cosas se terminan, las relaciones se acaban, los sentimientos desaparecen, las prioridades cambian, la gente se mememiza, las infidelidades están a la orden del día... Yo qué sé, el amor tiene estas cosas. Y entonces te rompen el corazón y te dejan hecho trizas. Y lo pasas mal porque, claro, tú ya estabas emocionado y te habías hecho toda la película. Lo impactante es que en ese instante, cuando te quedas solo, te das cuenta de que tu vida se ha ido al demonio. Y es natural si lo piensas, ya que estabas tan obsesionado con tu relación de pareja que has perdido todo lo demás de vista. El amor lo era todo. O eso era lo que tú creías, porque lo escuchaste en un bolero y te lo grabaste. O sea, que la fractura del corazón roto es directamente proporcional a lo ciegamente que te hayas creído eso de que el amor es la esencia de la vida. Y créeme, no lo es. La esencia de la vida se compone de múltiples dimensiones. El amor de pareja es, desde luego, una de ellas. Pero ni siquiera es la más importante. Y tal y como no es bueno centrarse demasiado en el trabajo ni obsesionarse en exceso con jugar a la Nintendo de tu primo, tampoco lo es pretender que tu razón de ser esté constituida por entero por el amor de otra persona. El amor no consiste en que alguien tenga que renunciar a todo lo que es, a lo que siente, a lo que tiene y a sus opiniones para estar con otro. Estos sacrificios que se suponen románticos en el imaginario colectivo y que se venden como el ideal de amor verdadero, pueden llegar a ser muy peligrosos y contraproducentes para las personas. Sobre todo para las que viven en el mundo real... Puede que te enamores y seas correspondido. Es fantástico. Pero eso no significa que tengas el resto de tu vida solucionado sin mover un dedo y que vayas a ser feliz para siempre. Del mismo modo, puede que te rompan el corazón y que te hagan mucho daño, pero, ¿sabes qué? No es el fin del mundo; a menos que te empeñes en que lo sea. A veces nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos y no nos damos cuenta de que, en realidad, el amor está sobrevalorado. Que sí, que te lo digo yo.
Carlos G. García
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