martes, 3 de agosto de 2010

ALTA INFIDELIDAD

La infidelidad se ha convertido en un comportamiento socialmente aceptado. Para muchos ya no es importante que sus parejas les concedan la exclusividad sexual. Otros afirman incluso que la fidelidad es antinatural. ¿Estamos cada vez más predispuestos a aceptar los cuernos como parte de una relación de pareja?

Parece ser que en las últimas décadas se ha instalado en la cultura popular de barra de bar una concepción bastante sueltecita de esto que llamamos fidelidad. Resulta que de un tiempo a esta parte ser fiel no se lleva. Lo de tener una relación en la que tú y tu pareja sólo mantengan relaciones sexuales entre vosotros parece estar incluso denostado: es como del pleistoceno, demasiado clásico, demasiado convencional. Y es que, con muchísima frecuencia confundimos el tocino con la velocidad y creemos que por no practicar el metesaca con todo como deporte nacional estamos respondiendo a patrones de antiguos, de no estar a la última. Cuando dices que eres fiel, muchos te miran por encima del hombro y te tachan de conservador mientras anuncian que una relación de este tipo es enfermiza porque constriñe.

Porque el argumento que más se usa en estos casos para defender el hecho de poner unos cuernos de tamaño XXL es ese de que la fidelidad es antinatural. Resulta que, según esta máxima, el ser humano, como animal de espíritu libre y se siente natualmente atraído por otros de su especie y, como tal, debe meterla en caliente tantas veces como sea necesario con el fin de obedecer a su naturaleza plurisexual y polígama. De hecho, hay tipos que me han confesado abiertamente y sin ningún tipo de tapujos que ellos son infieles por naturaleza, que es tanto como decir que no pueden mantenerla dentro de los pantalones durante más de cinco minutos.

Como ustedes, comprenderán, yo creo que este tipo de afirmaciones son muy relativas, y que si nos ponemos a hablar de naturaleza animal obviando cualquier tipo de consideración social y cultural, a lo mejor deberíamos abandonar nuestro modo de vida y volvernos a las cuevas, a cazar jabalíes y a hacer pinturas rupestres. Por decirlo de otra forma, no se puede aceptar la naturaleza social y cultural del ser humano para lo que nos conviene y comprarnos un iPad y luego decir que es que, , no voy a acostarme únicamente con mi pareja porque eso va contra mi naturaleza animal, ¿entiendes?

Otro de los grandes argumentos para defender las infidelidades es la sempiterna separación que muchos manifiestan realizar entre sexo y amor. “Amor, me he acostado con el chico del quinto, pero es sólo sexo, no siento nada por él. Te quiero a ti”. Ah, bueno, si mientras te la metía o se la metías no sentías amor, sólo placer, no pasa nada, todo olvidado. Ahora mismo nos hacemos un té, vemos el capítulo de Glee juntos y aquí no ha pasado nada, tan novios como siempre. Pero, digo yo, a ver, si me queres tanto a lo mejor podrías habértelo pensado dos veces antes de chuparle el lóbulo de la oreja al del quinto. Como si el sexo y el amor no estuvieran íntimamente vinculados

Las infidelidades suceden, están a la orden del día. Muchas veces son pactadas, dejan de ser infidelidades mediante las relaciones abiertas. Algunas son accidentales, otras comprensibles, otras intencionadas, la mayoría esconden problemas graves en las relaciones. Es cuestión de cada cual y de cada pareja, eso no lo discuto. La cosa es que la gente, cada día, se encuentra menos predispuesta a ser fiel, entre otras cosas porque cuenta con un abanico de excusas aceptado popularmente para lavar sus conciencias. Y, como consecuencia, cada día nos sentimos menos predispuestos a exigir que nuestras parejas nos sean fieles, como si con ello estuviéramos pidiendo la luna, a pesar de que la sola idea de un desliz nos ponga los pelos de punta.

No seamos hipócritas e intentemos defender las infidelidades utilizando planteamientos pretendidamente antropológicos o hablando de amor y sexo. Siguiendo la ética kantiana, deberíamos tener más en cuenta aquello de no hagas con los demás lo que no quieres que hagan contigo. Porque seguramente, a ti no te haría ninguna gracia que tu novio estuviera ahora, mientras lees esto, cepillándose a otro.

Ponerle los cuernos a alguien está mal, nos guste más o menos reconocerlo. Y punto.

Carlos G. García

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