Porque tenemos mejor cuerpo, nos cuidamos más, hacemos
más ejercicio, nos ponemos más cremita, nos hacemos más cirugía, nos
depilamos, nos vestimos mejor, nos peinamos más guay, no envejecemos,
nos metemos en formol por las noches y nos congelamos el escroto a lo
Walt Disney. Por todo ello, ¡NO HAY GAY FEO! Todos estamos tremendos.
Resulta que el otro día estaba yo leyendo (leyendo, fíjense, ya hay
que ser desaprensivo, en lugar de emplear mi tiempo en hacerle la pelota
a algún político que me dé subvenciones o dinero directamente, a la
poca vergüenza; así me va) y me encontré una noticia que decía que según
un estudio de la Universidad de Nomeacuerdoperoquemásda, 4 de cada 5 hombres no están contentos con su cuerpo. Vamos, que se ven feotes y no se sienten bien.
La noticia viene al pelo, porque después de las fiestas en las que todos nos hemos puesto absolutamente ciegas a grasas saturadas (confesadlo, que con lo que os habéis comido se podría haber alimentado a un país africano durante varias semanas), ahora mismo la mayoría de nosotros tiene una crisis de ansiedad porque el bulto donde se encuentra el ombligo ha crecido considerablemente y ya estamos pensando en ir poniéndonos a dieta y en hacer ejercicio porque el verano y la operación bañador ajustado y marcapaquete está a la vuelta de la esquina como aquel que dice. Y es que entre Navidad y la playa ya no hay nada, sólo sufrir mirándonos al espejo mientras metemos barriga y nos preguntamos por qué nos comimos los 457 polvorones aquellos alegremente mientras cantábamos villancicos y tocábamos la zambomba (que cada uno entienda la expresión tocar la zambomba como mejor le plazca. Comer polvorones puede ser tan excitante...).
Y es que, claro, es normal que nos dé remordimientos, nos hemos pasado todas las puñeteras navidades, viendo anuncios de perfumes. Dicen que los ponen para que los regalemos para Reyes, pero, en realidad, yo creo que es para que nos sintamos mal. ¿De dónde coño han sacado a esos tipos tan tremendamente buenorros, con esas abdominales marcadas? Oigan, que se podrían lavar perfectamente unos calzoncillos en ellas. Pues ya te lo digo yo: han hecho un casting y han cogido al que tenía el cuerpo más imposible para que nosotros ahora, después de las comilonas nos demos cabezazos contra la pared y nos llenemos de angustia. Es que, chica, es ir uno a comerse un triste bombón de los que han sobrado y se le pone a uno un mal cuerpo al acordarse de los tíos esos del anuncio... Que es que terminas amargándote todo el día pensando en que te vas a comprar una báscula, que vas a seguir la dieta de Mario Vaquerizo y que vas a ir al gimnasio (porque apuntado estás, desde hace unos seis años, aunque sólo lo hayas pisado tres veces, dos de ellas porque ibas borracho y te equivocaste. Es que es normal, entre la música que ponen en algunos y los tíos que hay, da la sensación de estar en una discoteca de polígono como poco. Como en el Berska ese).
Sin embargo, está claro que ese estudio se refiere solo a los heteros, porque los gays somos todos guapísimos. ¿Que no? Eso parece, es lo que está en boca de la gente en general. Ya lo dicen mis amigas, que todos los guapos son gays. Y en eso están en lo cierto, los gays estamos todos buenísimos. Pero, vamos, una barbaridad. Sobre todo yo en mi imaginación / delirio paranoide, cuando me miro al espejo y fantaseo con la antítesis de mí mismo: estoy tremendo. Y es que, por lo que parece, todos los hombres de la acera de enfrente somos:
-Taco de musculosos y delgados. Todos, por definición, vamos al gimnasio. Es más, los niños heteros nacen con un pan bajo el brazo. Los mariquitas nacemos con un abdominator del teletienda. Te lo juro. Hasta aparece Chuck Norris en la sala de partos para hacer promoción. Nos machacamos a base de hacer ejercicio y de dietas para mantener la línea. No sabemos lo que es un bocata de lomo, pero sí lo que es el biomanán.
-Jóvenes. Los gays nunca envejecemos porque siempre nos ponemos cremas y aunque tengamos ciento setenta y nueve años tenemos la piel tersa como el culito de un bebé. Además de cremas, nos ponemos bótox cada veinte minutos y nos hacemos la cirugía estética hasta en los codos para quitarnos unas décadas de encima cada vez que Madonna saca un disco.
Es más, en el epicentro de nuestra supuesta subcultura parece haberse instalado un arquetipo de homosexual la mar de majo y de guapo que, además de tener mucho dinero y parecer eternamente joven, ostenta un bonito y estupendo traje de músculos. Es natural, a todos nos gusta la gente guapa y el arquetipo de belleza imperante es así. Lo que no es tan natural es que, por fuerza, por narices y por definición todos los hombres gays tengamos que ser musculadísimos y machacarnos (que no machacárnosla, que eso es otra cosa) en un gimnasio porque, mire usted, es lo que manda la tendencia y no quiero que mañana los otros maricas del bar de ambiente me miren por encima del hombro (como cuando todos los niños iban al colegio con ropa de marca y tú no y te empujaban con un palo porque no se atrevían a tocarte). Porque esto, lo de que te miren por encima del hombro por no ser un supermarica macizorro de nivel 9, es algo muy típico y que se da a menudo, a pesar de que haya de todo como en botica y no todo el mundo sea igual.
Lo grave del asunto es que luego, seguí leyendo. Y entonces me encontré con que un estudio de la Universidad Nimeacuerdonimeimportaelpuñeteronombre había hecho otro estudio y había determinado que los mariquitusos eran mucho más inseguros con respecto a su cuerpo que los heterochachis. Es más, según esta afamada universidad, los gays afirmaban que darían años de vida con tal de tener un cuerpo mejor y el estudio determinaba que los varones de la acera de enfrente eran muchísimo más propensos a compararse con cuerpos imposibles de conseguir desde un punto de vista racional y saludable, especialmente en lo que se refiere a musculatura y delgadez.
Naturalmente, esto no ocurre porque nosotros seamos más coquetos y nos miremos más al espejo ni porque de manera innata nos fijemos más en nuestro aspecto. Qué va. Ocurre porque hemos aceptado el cuento, encogiéndonos de hombros sin más, de que como hombres gays tenemos que responder a estos valores del arquetipo y si no lo hacemos es que somos inferiores. Pero no sólo lo esperamos nosotros para con nuestro cuerpo y con respecto a los otros gays. La cosa es que, al final, entre tanto pito y tanta flauta, tanto jajá y jijí, la gente en general, cuando dice que los gays somos más guapos, también está esperando que nos preocupemos por serlo y está expresando que no concibe que siendo mariquitas seamos feos, gorditos, no vistamos a la moda o envejezcamos como todo hijo de vecino. Porque así no son los mariquitas de provecho. Es decir que a nosotros se nos exige más y por eso estamos condenados en mayor medida a nunca estar a gusto con nuestro físico ni con nosotros mismos.
Es una realidad: no sólo existe la creencia de que los gays somos más guapos que los heteros, sino que además se impone que estamos obligados a serlo. Y lo peor es que lo aceptamos y se nos olvida que tenemos derecho a ser quienes somos y como somos sin que nada ni nadie nos haga sentir culpables por ello.
La noticia viene al pelo, porque después de las fiestas en las que todos nos hemos puesto absolutamente ciegas a grasas saturadas (confesadlo, que con lo que os habéis comido se podría haber alimentado a un país africano durante varias semanas), ahora mismo la mayoría de nosotros tiene una crisis de ansiedad porque el bulto donde se encuentra el ombligo ha crecido considerablemente y ya estamos pensando en ir poniéndonos a dieta y en hacer ejercicio porque el verano y la operación bañador ajustado y marcapaquete está a la vuelta de la esquina como aquel que dice. Y es que entre Navidad y la playa ya no hay nada, sólo sufrir mirándonos al espejo mientras metemos barriga y nos preguntamos por qué nos comimos los 457 polvorones aquellos alegremente mientras cantábamos villancicos y tocábamos la zambomba (que cada uno entienda la expresión tocar la zambomba como mejor le plazca. Comer polvorones puede ser tan excitante...).
Y es que, claro, es normal que nos dé remordimientos, nos hemos pasado todas las puñeteras navidades, viendo anuncios de perfumes. Dicen que los ponen para que los regalemos para Reyes, pero, en realidad, yo creo que es para que nos sintamos mal. ¿De dónde coño han sacado a esos tipos tan tremendamente buenorros, con esas abdominales marcadas? Oigan, que se podrían lavar perfectamente unos calzoncillos en ellas. Pues ya te lo digo yo: han hecho un casting y han cogido al que tenía el cuerpo más imposible para que nosotros ahora, después de las comilonas nos demos cabezazos contra la pared y nos llenemos de angustia. Es que, chica, es ir uno a comerse un triste bombón de los que han sobrado y se le pone a uno un mal cuerpo al acordarse de los tíos esos del anuncio... Que es que terminas amargándote todo el día pensando en que te vas a comprar una báscula, que vas a seguir la dieta de Mario Vaquerizo y que vas a ir al gimnasio (porque apuntado estás, desde hace unos seis años, aunque sólo lo hayas pisado tres veces, dos de ellas porque ibas borracho y te equivocaste. Es que es normal, entre la música que ponen en algunos y los tíos que hay, da la sensación de estar en una discoteca de polígono como poco. Como en el Berska ese).
Sin embargo, está claro que ese estudio se refiere solo a los heteros, porque los gays somos todos guapísimos. ¿Que no? Eso parece, es lo que está en boca de la gente en general. Ya lo dicen mis amigas, que todos los guapos son gays. Y en eso están en lo cierto, los gays estamos todos buenísimos. Pero, vamos, una barbaridad. Sobre todo yo en mi imaginación / delirio paranoide, cuando me miro al espejo y fantaseo con la antítesis de mí mismo: estoy tremendo. Y es que, por lo que parece, todos los hombres de la acera de enfrente somos:
-Taco de musculosos y delgados. Todos, por definición, vamos al gimnasio. Es más, los niños heteros nacen con un pan bajo el brazo. Los mariquitas nacemos con un abdominator del teletienda. Te lo juro. Hasta aparece Chuck Norris en la sala de partos para hacer promoción. Nos machacamos a base de hacer ejercicio y de dietas para mantener la línea. No sabemos lo que es un bocata de lomo, pero sí lo que es el biomanán.
-Jóvenes. Los gays nunca envejecemos porque siempre nos ponemos cremas y aunque tengamos ciento setenta y nueve años tenemos la piel tersa como el culito de un bebé. Además de cremas, nos ponemos bótox cada veinte minutos y nos hacemos la cirugía estética hasta en los codos para quitarnos unas décadas de encima cada vez que Madonna saca un disco.
Es más, en el epicentro de nuestra supuesta subcultura parece haberse instalado un arquetipo de homosexual la mar de majo y de guapo que, además de tener mucho dinero y parecer eternamente joven, ostenta un bonito y estupendo traje de músculos. Es natural, a todos nos gusta la gente guapa y el arquetipo de belleza imperante es así. Lo que no es tan natural es que, por fuerza, por narices y por definición todos los hombres gays tengamos que ser musculadísimos y machacarnos (que no machacárnosla, que eso es otra cosa) en un gimnasio porque, mire usted, es lo que manda la tendencia y no quiero que mañana los otros maricas del bar de ambiente me miren por encima del hombro (como cuando todos los niños iban al colegio con ropa de marca y tú no y te empujaban con un palo porque no se atrevían a tocarte). Porque esto, lo de que te miren por encima del hombro por no ser un supermarica macizorro de nivel 9, es algo muy típico y que se da a menudo, a pesar de que haya de todo como en botica y no todo el mundo sea igual.
Lo grave del asunto es que luego, seguí leyendo. Y entonces me encontré con que un estudio de la Universidad Nimeacuerdonimeimportaelpuñeteronombre había hecho otro estudio y había determinado que los mariquitusos eran mucho más inseguros con respecto a su cuerpo que los heterochachis. Es más, según esta afamada universidad, los gays afirmaban que darían años de vida con tal de tener un cuerpo mejor y el estudio determinaba que los varones de la acera de enfrente eran muchísimo más propensos a compararse con cuerpos imposibles de conseguir desde un punto de vista racional y saludable, especialmente en lo que se refiere a musculatura y delgadez.
Naturalmente, esto no ocurre porque nosotros seamos más coquetos y nos miremos más al espejo ni porque de manera innata nos fijemos más en nuestro aspecto. Qué va. Ocurre porque hemos aceptado el cuento, encogiéndonos de hombros sin más, de que como hombres gays tenemos que responder a estos valores del arquetipo y si no lo hacemos es que somos inferiores. Pero no sólo lo esperamos nosotros para con nuestro cuerpo y con respecto a los otros gays. La cosa es que, al final, entre tanto pito y tanta flauta, tanto jajá y jijí, la gente en general, cuando dice que los gays somos más guapos, también está esperando que nos preocupemos por serlo y está expresando que no concibe que siendo mariquitas seamos feos, gorditos, no vistamos a la moda o envejezcamos como todo hijo de vecino. Porque así no son los mariquitas de provecho. Es decir que a nosotros se nos exige más y por eso estamos condenados en mayor medida a nunca estar a gusto con nuestro físico ni con nosotros mismos.
Es una realidad: no sólo existe la creencia de que los gays somos más guapos que los heteros, sino que además se impone que estamos obligados a serlo. Y lo peor es que lo aceptamos y se nos olvida que tenemos derecho a ser quienes somos y como somos sin que nada ni nadie nos haga sentir culpables por ello.
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